02-07-2013 02:55
El arca rusa
Una propuesta arriesgada que algunos adorarán y otros aborrecerán. Sokurov nos intruduce en viaje espacio-temporal para contemplar 300 años de la historia de Rusia (o San Petersburgo si se quiere concretar). El atractivo de la cinta reside en la forma de mostrar los diferentes hechos y detalles que marcaron diversas épocas. El director se basa en un único plano para mostrarnos decenas de páginas de historia. La planificación y consecución de ese plano imposible empequeñecen al mismísimo Hitchcock (La soga).
A nivel visual, la película atrapa como pocas. No obstante, se notan ciertos 'tiempos muertos' que empañan el resultado final. Después, tenemos el contenido del film, donde para muchos seguramente flaquerá la cinta. No por la vacuidad de sus bellas imágenes (los tiros no van por ahí), sino porque ya depende de cada uno la importancia que quiera darle a entenderlo todo o no. Está claro que aquí -por norma general- no somos unos historiadores expertos (y menos de un foco tan concreto como una sola nación), por tanto es normal sentirnos abrumados ante el número de detalles que se escapan de nuestro conocimiento. Y ojo, la película cuenta con una voz en off, pero los diálogos explicativos no abundan precisamente. Lo más recomendable es degustar el plato de Sokurov sin prisas, al igual que su cámara se toma cierto tiempo en recorrer las obras maestras del museo Hermitage.
Una propuesta arriesgada que algunos adorarán y otros aborrecerán. Sokurov nos intruduce en viaje espacio-temporal para contemplar 300 años de la historia de Rusia (o San Petersburgo si se quiere concretar). El atractivo de la cinta reside en la forma de mostrar los diferentes hechos y detalles que marcaron diversas épocas. El director se basa en un único plano para mostrarnos decenas de páginas de historia. La planificación y consecución de ese plano imposible empequeñecen al mismísimo Hitchcock (La soga).
A nivel visual, la película atrapa como pocas. No obstante, se notan ciertos 'tiempos muertos' que empañan el resultado final. Después, tenemos el contenido del film, donde para muchos seguramente flaquerá la cinta. No por la vacuidad de sus bellas imágenes (los tiros no van por ahí), sino porque ya depende de cada uno la importancia que quiera darle a entenderlo todo o no. Está claro que aquí -por norma general- no somos unos historiadores expertos (y menos de un foco tan concreto como una sola nación), por tanto es normal sentirnos abrumados ante el número de detalles que se escapan de nuestro conocimiento. Y ojo, la película cuenta con una voz en off, pero los diálogos explicativos no abundan precisamente. Lo más recomendable es degustar el plato de Sokurov sin prisas, al igual que su cámara se toma cierto tiempo en recorrer las obras maestras del museo Hermitage.