Por Franchuzas

Tras comparar en esta sección las primeras y últimas entregas de dos de las sagas más emblemáticas de Nintendo, Zelda y Metroid, esta semana se me ocurrió que precisamente la más popular de ellas también daría para una buena entrada. Hablo, por supuesto, de Super Mario, saga plataformera por antonomasia que lleva tirando del carro de la compañía japonesa durante un buen puñado de generaciones. Ya son casi tres décadas las que nos separan de aquel primer juego, que redefinió el género y dio el pistoletazo de salida a una de las franquicias más consistentes tanto en éxito de ventas como en calidad.

Al otro lado del cuadrilátero encontramos Super Mario 3D World, que acaba de salir hace apenas dos meses. Sucesor del también reciente 3D Land, 3D World supone una fusión entre el plataformeo 2D de la serie New y el plataformeo 3D de los Galaxy, por lo que agrupa mecánicas de prácticamente todos los Super Mario lanzados hasta la fecha. Además de este popurrí de ideas heredadas, 3D World añade las suyas propias y estrena un modo multijugador por primera vez en una entrega tridimensional, lo que le ha servido para ganar una muy buena recepción tanto por la prensa como por el público.

Pero hoy no estamos aquí para comentar esta última entrega y comprobar sus virtudes o defectos en solitario, sino para regresar a los 80 y comprobar cómo (si es que lo hace) mantiene el tipo frente al clásico en el que nuestro fontanero bigotudo empezó sus andanzas plataformeras. Para ello analizaremos paso a paso tres de los factores que han hecho de Super Mario Bros. uno de los títulos más jugados y admirados del mundillo: la jugabilidad, el diseño de niveles y los secretos.

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