Anait Games: Análisis de PS4 Pro
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[Imagen: analisis-ps4-pro.jpg]

El papel de Mark Cerny como Arquitecto tiene especial gracia ahora que Sony vive en Matrix; PlayStation VR se llamó Project Morpheus durante varios meses y el nombre clave de esta PlayStation 4 Pro era Neo. El elegido, nada menos. Cerny, curioso maestro de ceremonias, enseñó su Knack antes que cualquier otro juego para PS4. Era febrero de 2013. Tres años y medio más tarde, con varias promesas de entonces todavía por cumplir, el bueno de Mark presenta otra PS4. Lo primero que vemos en ese evento es la foto de una playa que sirve para ilustrar el salto de 1080p a 4K.

La Pro es una consola rara. Lo era cuando se filtró, lo seguía siendo cuando se anunció oficialmente y lo es todavía ahora, un par de semanas después de su llegada a las tiendas.

De PS4 Pro llama la atención, al encenderla, lo poco especial que se siente. La interfaz de siempre nos recuerda que, quieras que no, esto es una PlayStation 4. Bastante más que una revisión y mucho menos que una nueva generación, es un punto intermedio incómodo más por la falta de identidad que por la ausencia de antecedentes. Una vez hecha la transferencia de datos, lenta pero segura, todo aparece tal y como estaba. Que nada se haya roto, que P.T. siga ahí, es lo mínimo en una primera impresión desastrosa: es muy fácil olvidar que estás estrenando un cacharro y es muy difícil decidir cómo empezar a usarlo. Nada te indica qué juegos han recibido la actualización que les permite aprovechar la potencia adicional que te convierte en un Profesional de PlayStation 4. Tampoco se detallan las aportaciones de esos parches. Esa forma absurda de esconder las novedades solo puede entenderse como un exceso de cautela que no funciona para nadie: los usuarios de PS4 cabreados te dirán —con razón— que el daño está hecho; los otros, que acaban de gastase 400 euros más, quieren notar el cambio.

El asterisco, símbolo de la verdad a medias en el mejor de los casos y de la jugarreta en el resto, es casi un logotipo más en el material promocional de PS4 Pro. Justo el que aspira a ser su mensaje más claro y directo, el del juego a 4K, es el que necesita más aclaraciones. Solo unos pocos títulos —The Last of Us Remastered y FIFA 17, por decir un par— funcionan a esa resolución nativa de 3840x2160 píxeles. Los demás, la mayoría, estiran la imagen con especial gracia: es el procedimiento utilizado para el reescalado, ese ya famoso checkerboard, lo que para algunos valida la propuesta de Sony. Se me escapan los detalles de todo esto, como siempre, pero la mejora en la calidad de la imagen si tienes por ahí un televisor 4K es incuestionable. El cambio se nota más o menos en función del juego, porque la ampliación parte en cada uno de resoluciones distintas. Y aunque los números pueden engañar —1800p y 1080p se parecen mucho, solo cambia una posición, pero supone triplicar el número de píxeles; poca broma—, cuesta un poco más burlarse de los asteriscos y la retórica de chiste cuando juegas así a Ratchet and Clank. En cambio, Uncharted 4 gastó todos sus milagros a principios de año: el salto es menos evidente en este caso, especialmente decepcionante por ser quien es.

El asunto se complica cuando la consola está conectada a una tele más veterana. Las mejoras a 1080p en los títulos parcheados son minipuntos, premios de consolación que se quedan siempre más cerca de ahorrarte un cabreo que de darte una alegría. La mejora en el framerate de Battlefield 1 se agradece, pero existe por culpa de un problema que no debería estar en la versión básica; la mayor definición en Titanfall 2 es destacable, pero solo si ves el antes y el después en una comparativa; Paragon pasa de ser horrible a ser un poco feo, pero es que ya son ganas. De nuevo, la encrucijada es compleja. ¿Cómo mejorar un juego sin quedarte por el camino con una versión inferior? Por ahora, insisto, manda una prudencia con la que es difícil estar satisfecho.

La lectura optimista, un acto de fe, es que cualquier buen parche puede hacer cambiar esta situación. Está por ver si los desarrolladores se van familiarizando con PS4 Pro, si se acaban encontrando fórmulas para aumentar la entre versiones sin cabrear en exceso al personal. Horizon: Zero Dawn, el ejemplo que a Sony siempre le gusta poner, habrá tenido tiempo para pensar en esto cuando se publique en marzo. Insomniac utilizará ">la misma técnica de temporal injection que le ha metido al Lombax mecánico para su próximo Spider-Man —con ese, justamente, me cuesta dormir. Para los próximos meses, la lista de estudios que planean subirse al carro podría hacernos olvidar las ausencias sonadas —From Sotware con Bloodborne, CD Projekt con The Witcher III— en el lanzamiento.

Y es que, a falta de ver lo que pueden hacer con Final Fantasy XV, Gravity Rush 2 o God of War, ahora mismo es Rise of the Tomb Raider el juego que mejor sirve para comentar el potencial y las limitaciones esta PS4 dopada. Es una versión turbopotenciada, sin duda, y Crystal Dynamics parece haber acertado al ofrecer un selector para que cada uno decida qué prefiere. Analizándolo fríamente, no obstante, aquí tenemos un Modo 4K que no va a 4K, un Modo 60 fps que tampoco llega a eso y una tercera opción con mejoras visuales que cuestan de ver. Un quiero y no puedo de manual, que a pesar de las buenas intenciones te acaba dejando con más dudas y con una responsabilidad que puede no haber pedido.

No me parece poca cosa, por simplón que pueda sonar, aquello de preferir jugar en consola por una cuestión de comodidad. Es un debate que me interesa más que el del supersampling y lo considero también más importante. Sony ha alterado las reglas del juego sin adaptar todo lo demás; la misma interfaz, la misma comunicación, el mismo precio. El resultado es un estreno desganado e indeciso, poco arropado, para una máquina que a día de hoy solo es interesante por su contexto, porque marca un camino muy distinto al que seguirán, a partir de 2017, Microsoft y Nintendo.

Si tienes un televisor 4K, adelante. Probablemente te lo has ganado. De lo contrario, me temo que toca esperar y verlas venir. O no. Lo tengo menos claro de lo que quisiera; no sé si esta confusión es la normal ante cualquier cambio o nos duele la cabeza porque intentamos buscarlo sentido a algo que no lo tiene.

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