¿Qué fue del tesoro nazi?
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Cita
El tesoro perdido de los nazis constituye una de las grandes incógnitas históricas del siglo XX y de lo que llevamos del XXI. Durante los más de 70 años que han transcurrido desde el final de la Segunda Guerra Mundial el debate sobre su existencia ha estado siempre latente, recuperando actualidad a medida que surgía alguna noticia al respecto. El último rebrote ha tenido lugar el pasado agosto, cuando dos supuestos historiadores ÔÇôsin temor a equivocarnos podríamos también llamarles cazatesorosÔÇô anunciaron el descubrimiento en Polonia de un presunto tren de las SS perdido, supuestamente cargado de oro, joyas, obras de arte y hasta de armas que jamás fueron utilizadas en la contienda bélica.

La verosimilitud de esta información es cuanto menos cuestionable, aunque ha servido para recuperar una historia siempre repleta de misterios no resueltos, de anhelos nunca cumplidos o incluso de engaños, intereses turísticos y tomaduras de pelo. El caso polaco puede provocar una nueva frustración. Lo dirá el tiempo. No obstante, sí será utilizado para recuperar un mito que ha acompañado a la segunda mitad del pasado siglo y que, como parece, asimismo perdura en el presente.

Este enigma sin resolver durante años ha provocado la publicación de infinidad de libros, ha llenado millones de páginas de periódicos y ha causado que hayan sido muchos los que han perseguido las huellas de aquellas riquezas y obras de arte que desaparecieron durante el enfrentamiento provocado por Adolf Hitler a medida que los alemanes se apoderaban de la mayoría de los países de su alrededor. En eso consiste el tesoro nazi.

Cuando los nazis comenzaron a invadir toda Europa en septiembre de 1939 ÔÇôprecisamente empezando por PoloniaÔÇô, dando muestras de una voracidad insaciable se apropiaron de todos los tesoros nacionales de los países sobre los que pusieron sus botas, además de sus respectivas reservas en oro acumuladas en los distintos bancos centrales. Era su botín de guerra y con él financiaron gran parte del esfuerzo bélico. A ello se sumaron las grandes fortunas y obras de arte decomisadas a las familias judías ricas y, por supuesto, todo lo robado a los hebreos que tuvieron la desgracia de acabar en los campos de concentración. Joyas de todo tipo y hasta dientes de oro que fundieron para convertirlos en lingotes.

Hablamos de cantidades incalculables que jamás han podido ser cuantificadas de manera fiable. Pero está claro que el Tercer Reich se hizo con el más fabuloso saqueo de toda la historia de la humanidad. Hasta el libro Guinness de los Récords sostiene que "el mayor robo por resolver fue la desaparición del tesoro nazi al final de la conflagración".

Las 'capturas' incluían numerosos tesoros culturales y artísticos ÔÇôde hecho todos los museos con los que se toparon fueron vaciados, hasta un total de 427ÔÇô, cuyo valor solo puede ser estimado en términos de patrimonio histórico o de herencia cultural. La orden de pillaje sistemático fue dada por el propio Führer, pintor aficionado. Pretendía reunir todo lo incautado en un museo que preveía ubicar en Linz, donde él residió durante su niñez tras la muerte de su madre. Para ello, ordenó que los tesoros que encontraban los soldados germanos en su avance fueran desviados allí, con idea de convertir la ciudad austriaca en el centro cultural más importante del mundo, una Atenas del siglo XX.

Nada quedó a salvo de las garras nazis. Cayeron en sus manos hasta los tesoros de los zares, como la Sala de Ámbar regalada por el kaiser Federico Guillermo I a Pedro El Grande, que desapareció en San Petersburgo. También allí se perdió la pista de filigranas, de los famosos huevos de Fabergé, de las coronas de la dinastía que reinó en Rusia...

Únicamente París y su museo del Louvre se mantuvieron relativamente a salvo. Los nazis no se atrevieron con las obras más representativas como la Mona Lisa o la Venus de Milo por miedo a desatar las iras del pueblo francés. Carecieron de la misma suerte otras creaciones de artistas renombrados menos llamativos y que sí acabaron en Berlín.

Búnkeres para el arte

A la espera de que, una vez terminada la guerra, Linz se acondicionara para recibir la herencia de Hitler, las obras de arte se guardaron debidamente embaladas en grandes búnkeres construidos a tal efecto en Berlín y otras ciudades alemanas. Eran instalaciones dotadas de condiciones especiales para que el material artístico aprehendido no resultara dañado, ni por el paso del tiempo ni por los bombardeos aliados.
Sin embargo, la capacidad de estas infraestructuras pronto quedó desbordada por el volumen del tesoro incautado. Por ello, tanto el oro y las joyas como las obras de arte tuvieron que ser repartidas en otras ubicaciones no tan preparadas para acogerlas. La custodia de este material, además, obligó a un gran despliegue de seguridad que restó fuerzas a los frentes de batalla.

Ocurrió, sobre todo, cuando el conflicto comenzaba a tornar oscuro para los nazis y el Reich se descomponía. El Führer se desconectó del proyecto y algunos de sus lugartenientes ÔÇôGoering, Himmler, Bormann, Goebbels...ÔÇô comenzaron a desviar los envíos y a acumularlos en sus respectivas colecciones particulares.

Gran parte de este tesoro ÔÇôtanto obras de arte como joyas y oroÔÇô fue escondido en sitios aparentemente inexpugnables que solo unos pocos conocían. El objetivo de los jerarcas nazis era recuperar los bienes pasados unos años de la rendición, con el fin de que esas riquezas les sirvieran para rehacer sus vidas en otras partes del planeta.

Así, por ejemplo, se dice que el director del banco del Tercer Reich, Walter Funk, ordenó el 3 de febrero de 1945 que se extrajeran de las bóvedas subterráneas de su entidad unos 7.500 millones de dólares ÔÇôentre papel moneda, bonos, títulos y oroÔÇô para transportarlos a la mina de potasio de Kaiseroda, situada a 300 kilómetros de Berlín, en una zona que no contaba con ningún pueblo en un radio de cincuenta kilómetros. Su estructura tenía ochocientos metros de profundidad y se extendía a lo largo de cincuenta kilómetros de túneles, a los que se accedían por cinco entradas. Era una de las numerosas obras de ingeniería que ocultaban arte y oro bajo la apariencia de explotaciones subterráneas abandonadas.

El transporte se realizó en diferentes convoyes de ferrocarril, aunque algunos historiadores sostienen que también se utilizaron camiones que llevaron material a otra explotación minera de roca salina, en Merkers. Allí, los lingotes de oro se aplanaron para que ocuparan menos espacio y facilitar así su almacenaje en nichos abiertos en la propia montaña. Luego las paredes se resanaron y se cubrieron de tierra. Para la carga y descarga se recurrió a presos que desaparecieron tan misteriosamente como el propio tesoro.

Dicen también que, una vez vaciadas sus cajas fuertes, el edificio del Reichsbank se dinamitó para simular que fue víctima de los bombardeos aliados, que por aquellas fechas soltaban sobre la capital alemana más de 2.300 toneladas de bombas cada jornada.

En la primavera de 1945 el Tercer Ejército del general Patton desembarcó en Merkers y se hizo eco de los rumores de un cargamento secreto escondido. A una profundidad de ochocientos metros fue localizada una cámara blindada con más de 7.000 bolsas cuidadosamente apiladas que contenían lingotes de oro, sacos con monedas del mismo metal precioso en forma de soberanos ingleses, dólares o napoleones. En otro compartimento se encontraron maletas llenas de plata, relojes, alianzas o dientes de oro procedentes de los campos de concentración.

El propio Patton, acompañado del también general Bradley y del comandante supremo aliado en Europa, Dwight D. Eisenhower, certificaron el hallazgo con una visita. En 1946 este oro fue entregado a una comisión internacional creada para cuantificar el daño a las víctimas del Holocausto.

Sin embargo, existen teorías que sostienen que no todas las riquezas que localizaron los americanos en su avance se quedaron en Europa. De hecho, un grupo de supervivientes húngaros de los campos de concentración entabló en 2001 una demanda contra el Gobierno de Estados Unidos para exigir una indemnización por los botines saqueados por los nazis que luego fueron hurtados por los norteamericanos.

Minas abandonadas

Otras de las pocas minas localizadas fue la de Altausse, en las inmediaciones de la ciudad austriaca de Salzburgo, donde en mayo de 1945 los estadounidenses encontraron cuadros de Rubens, Miguel Ángel, Rembrandt, Tintoretto, Leonardo da Vinci, Goya o Vermeer. Los cuadros fueron recuperados por una unidad especial de las fuerzas americanas apodada Monument Men ÔÇôcompuesta por historiadores, directores de museos y restauradoresÔÇô, que salvó alrededor de 7.000 obras robadas en la Europa ocupada. Podemos ver parte de esta historia en la película 'The monuments men', dirigida por George Clooney.

Envíos de obras de arte ÔÇôcincuenta trenes especiales diarios trabajaron durante más o menos un añoÔÇô se repitieron a medida que la derrota del III Reich parecía inevitable. Los viajes tenían como destino diferentes partes de Alemania o de algunos de los países satélite, donde se ocultaban cantidad de tesoros en minas abandonas, en catacumbas o en monasterios con intrincados sistemas de túneles. Todo ello ocurrió a espaldas del Hitler, que ya no controlaba más allá del entorno de su cancillería o de su búnker.

Para comprender en su esencia este expolio basta con ver la genial película 'El tren', que llegó a nosotros en 1964, donde se retrata con gran realismo el afán de los nazis por acumular arte y la lucha de los franceses para evitar el robo. Dirigida por John Frankenheimer y protagonizada por Burt Lancaster, narra un ingenioso plan para confundir a los nazis en la ruta que utilizaban para trasladar su botín hacia Alemania.

Oro a cambio de documentos

Las expediciones también tuvieron como destino diferentes puertos para que el tesoro fuera embarcado con destinos desconocidos. Se especula que muchas riquezas acabaron en Sudamérica o Sudáfrica, donde numerosos nazis encontraron asilo. Países del cono sur americano concedieron asilo a los numerosos criminales de guerra a razón de cinco millones de libras esterlinas por cabeza, por lo que los jerarcas nazis necesitaron un capital lo suficientemente grande como para evadirse y reorganizar sus vidas, además de sobornar a las autoridades locales para que no les delataran a los cazadores de nazis como Simon Wiesenthal. Al final de la guerra circularon cientos de miles de millones de dólares e infinidad de lingotes de oro que se esparcieron de todo el mundo, tejiendo una telaraña organizativa que respondía al nombre de Organización Odessa.

Otras vías de investigación han certificado que parte del fruto del latrocinio ÔÇôsobre todo el que provenía del expolio en los campos de concentraciónÔÇô acabó en el sistema bancario suizo, caracterizado por su sigilo legendario. Para ello se aprovecharon de la impermeabilidad de las entidades financieras suizas.

La misma que durante la guerra el Tercer Reich intentó traspasar para hacerse con los capitales de los potentados judíos guardados en la Confederación Helvética. Monedas, oro o piedras preciosas fueron transportadas allí por los nazis, muchos de los cuales nunca pudieron reclamar sus depósitos.

El oro en parte también acabó en España como pago del wolframio extraído en Galicia y que se exportó clandestinamente a Alemania para revestir y blindar tanques y cañones de acero. De hecho, en los años 50 una comisión aliada descubrió lingotes con las esvástica en los sótanos de la sede del Ministerio de Hacienda, en Madrid. Tuvieron que ser devueltos al demostrarse que estaban manchados con la sangre de los seis millones y medio de judíos que fueron masacrados durante la Segunda Guerra Mundial.

Mercado negro

Muchas obras de arte también fueron vendidas en el mercado negro, cayendo en manos de marchantes occidentales que nunca las declararon. Bastantes reposan en colecciones particulares a las que tienen acceso muy pocas personas. Hasta se cree que algunas de las firmas multinacionales más importantes se construyeron gracias al tesoro nazi.

Por todo ello, colecciones enteras siguen sin ser localizadas. Entre ellas destaca la perteneciente al barón húngaro Ferenc Hatvany, un reputado amante del arte víctima también de la rapiña nazi. Aunque algunas de las obras fueron recuperadas por los soviéticos y ahora pueden ser visitadas en Moscú, el grueso de ellas, entre 250 y 500, lleva más de setenta años desaparecido. Según una investigación del periodista austríaco Burkhart List, que dice haber tenido acceso a archivos de la Wehrmacht (el ejército alemán), lo que falta podría encontrarse asimismo escondido en los Montes Metálicos, una cordillera que sirve de frontera a Alemania y República Checa, muy cerca de la ciudad de Dresde.

List basa su información en un estudio que realizó hace dos años en la localidad de Deutschkatherinenberg mediante un generador de neutrones especial para buscar grutas. Halló galerías de más de cincuenta metros de profundidad. La localización de esta parte de la colección Hatvany, tan improbable como la del tren polaco, podría permitir recuperar obras maestras de Monet, Manet o Cezanne transportadas a su escondite en el invierno de 1944 en un convoy ferroviario procedente de Budapest.

Por otra parte, alrededor de 1.500 cuadros ÔÇôentre ellos obras de Picasso, Renoir, Macke, Chagall o DixÔÇô robados por los nazis en los años 30 se localizaron en 2011 dentro de una casa de Múnich propiedad de Cornelius Gurlitt, un anciano de 80 años. Se cree que fue material que los nazis incautaron para ser destruido en su campaña contra el arte moderno, al que consideraban "degenerado". El padre de Gurlitt había sido director del museo de Hamburgo y, según parece, escondió los cuadros para que no fueran quemados.
El último capítulo (hasta ahora)

La última información sobre el tesoro nazi ÔÇô y excusa para escribir este reportajeÔÇô ha tenido como escenario Polonia. Concretamente, la localidad de Walbrzychm, en la antigua Waldemburg alemana, territorio de la Baja Sajonia cercano a República Checa que la Conferencia de Paz de Postdam dio a los polacos. Allí, supuestamente ha sido localizado uno de los numerosos trenes cargados de dinero, oro y obras de arte que circularon por los raíles europeos cuando la contienda estaba ya perdida por los alemanes.


Tras un viaje de setenta años, este convoy de pesadillas fue descubierto ÔÇôo al menos así lo mantienenÔÇô por el alemán Andreas Richter y el polaco Piotr Koper quienes, a cambio de señalar su ubicación exacta, reclaman el 10% de lo que allí se localice. Sostienen que la unidad, de unos 150 metros de longitud, contiene oro, gemas y armas. Apoyan sus afirmaciones en la exploración realizada con un radar de penetración terrestre con el que obtuvieron una imagen de la unidad en la que incluso se podían ver sus cañones.

Podría tratarse de un tren que desapareció en las proximidades del castillo de Ksiaz durante la primavera de 1945, cuando los nazis evacuaban Breslau ÔÇôactualmente WroclawÔÇô ante el avance de las fuerzas soviéticas, según informes históricos. Durante años han flotado rumores sobre su existencia. El supuesto lugar que guarda el secreto desde hace siete décadas estaría a tres kilómetros de Ksiaz.

La zona, que contaba con una enorme estructura de túneles, nunca había sido explorada hasta ahora. Aunque sobre este hecho existen dudas, porque los soviéticos ocuparon el área hasta 1947 y se desconocen sus actuaciones. Parece bastante improbable que las fuerzas de Stalin pasaran por alto un supuesto escondrijo con oro y joyas o armas. Para localizarla, bastaría con haber seguido los raíles que se dirigían hasta una vía muerta que penetraba en la montaña.

Esta infraestructura, según estiman algunos historiadores, estaba diseñada para acoger el Proyecto Riese, un laboratorio de armas estratégicas modernas, como las bombas V2 o los aviones a reacción que pretendían dar un vuelco al enfrentamiento, y también el nuevo cuartel general de Hitler. Su construcción fue iniciada en 1943 por los presos del cercano campo de concentración de Gross Rossen, pero nunca llegó a finalizarse.

Algunos historiadores manejan también la hipótesis de que el cargamento del tren fantasma, en vez de joyas, podría contener realmente decenas de cadáveres de judíos retirados del stalag de Gross Rossen, tras haber fallecido en la explotación de la cantera de piedra berroqueña alquilada a la adinerada familia Richthofen. El objetivo sería evitar ser encontrados por los aliados en su avance.

Las autoridades polacas, que inicialmente dieron credibilidad al descubrimiento, dudan ahora de la existencia del tren. De cualquier manera, han acordonado la zona con el ejército con la excusa de que podría contener material peligroso como armas químicas. Más creíble parece que el Gobierno de Varsovia intenta mantener alejado a un numero creciente de buscadores de tesoros que se han acercado a la zona. Se recupera así el mito de que la unidad contendría el armamento novedoso con el que Hitler quería dar un vuelto a la contienda y que, sin embargo, nunca pudo utilizar.

Si realmente el tren existe, y con él su tesoro -hay quien dice que podría incluir hasta la Sala de Ámbar de Pedro el Grande, conocida como la octava maravilla del mundo-, el valor del hallazgo sería tan incalculable como peligroso, porque podría ser fuente de conflictos diplomáticos internacionales por la propiedad del contenido. De hecho, las diferentes asociaciones de víctimas del Holocausto, como el Congreso Mundial Judío, ya han comenzado a presentar reclamaciones para que si se encuentra algo sea devuelto a sus legítimos propietarios.

El experto en tesoros nazis Tadeusz Slowikowski, que desde la década de los 50 ha estudiado el enigma del mítico tren fantasma, jamás ha dudado de su existencia. Sostiene que también él conoce su paradero real, ya que se lo confesó un alemán llamado Schulz, al que salvó la vida cuando era atacado por dos desconocidos. Como agradecimiento, compartió con él una historia repleta de secretos, miedo y hasta asesinatos.

Schulz, un antiguo ferroviario, conocía la existencia del tren y de una vía que penetraba en la montaña por un túnel posteriormente sellado. Calló su descubrimiento para no correr la misma suerte que una familia que vivía en las proximidades de la entrada y que fue asesinada a sangre fría el 5 de mayo de 1945, escasos días después de la desaparición del convoy. Su vivienda también fue destruida.

Otros tesoros


Las hipótesis sobre los distintos paraderos del tesoro nazi han sido abundantes. Una de las más conocidas es aquella que afirma que se esconde en el fondo del lago austriaco de Toplitz, cerca de Salzburgo. Estaría sumergido a unos cien metros de profundidad, lo que permite suponer que la falta de oxígeno impediría su corrosión. Confinado en cajas herméticamente cerradas, incluiría un millón de libras en billetes falsos, veintidós cajas de oro y joyas que el también jerarca nazi Adolf Eichmann había robado a los judíos. Por aquella época se localizaron en los alrededores del lago numerosos cadáveres. Se podría tratar de las personas que realizaron el transporte y que luego fueron eliminadas para acabar con cualquier testigo.

La revista alemana 'Stern' financió en 1959 una expedición submarina. Se descubrieron quince cajas de libras esterlinas falsas. Nada de oro. En 1963 fue el Gobierno austriaco quien encontró más billetes y la imprenta con la que se fabricaron en la operación Bernhard. Veinte años más tarde un biólogo que investigaba la fauna subacuática topó con armas, bombas y repuestos de aeroplanos.

El mariscal Erwin Rommel también ha sido vinculado en alguna ocasión con la desaparición de oro y joyas. Hay quien sostiene que logró reunir un gran botín de oro, platino, monedas, joyas y objetos de arte que fue trasladado a Italia, en un principio, para finalmente esconderlo en Córcega. Sin embargo, quienes se encargaron de su transporte aseguraron que tuvieron que arrojarlo al fondo del mar tras un ataque de la aviación americana. Su argumento no fue aceptado y acabaron ejecutados por la Gestapo. Años más tarde numerosos buscadores de tesoros intentaron localizar este botín y se dieron abundantes muertes cuanto menos sospechosas. Finalmente, la Marina francesa rescató unas cajas, pero nunca dio información de ello.

Otro de los jerarcas nazis, Martin Bormann, lugarteniente de Hitler que podría haber escapado del cerco soviético de Berlín, es, asimismo, considerado protagonista de la acumulación de una gran cantidad de riqueza que podría haber acabado, como él, en Argentina, tras ser trasladado en un submarino especial. Ese tesoro se utilizó, según algunos historiadores, para financiar la huida de jerarcas nazis a Latinoamérica.

Heinrich Himmler, tan criminal de guerra como los anteriores, también creó en su ciudad de Sachsenhausen un depósito con los bienes incautados en los campos de concentración. El líder de las SS encargó la contabilidad del botín a un grupo de prisioneros judíos a los que luego pretendía eliminar. Sin embargo, alguno de ellos sobrevivió y detalló el alcance de la rapiña: millones en divisas, y kilos y kilos de oro y brillantes. En este caso su paradero es, asimismo, desconocido.

Tampoco se ha recuperado el oro que en 1942 el Gobierno francés de Vichy dio orden de transferir a Brazaville la reserva de oro almacenada en Dakar. El cine también glosó esta historia con Jean-Paul Belmondo como protagonista. Lo hizo en el filme 'Rufianes y tramposos', de 1985.

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