Feminismo e Islam
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Cita
Al este del Tigris hay algunas mozas iraníes que han resuelto prescindir del hiyab, el “símbolo más visible de la opresión”. A mi juicio, la estampa de unos varones homosexuales con corbata de cáñamo colgando de grúas móviles ilustra mucho mejor el significado de la palabra opresión en la Ayatolandia. En cualquier caso, tales infracciones de la legislación administrativa del país (léase, El Corán) han sido aplaudidas en Occidente como heroicos desafíos feministas. Muchos de nuestros compatriotas se apresuran a proclamar que “esas son las verdaderas feministas, no las de aquí”. 

Cuál es el “verdadero feminismo” es un enigma tan impenetrable como saber cuál es el “verdadero islam”. Lo único claro es que para cualquier creyente (sea en las enseñanzas del profeta Mahoma o en las de la profetisa Beauvoir), su propia marca de fe organizada es la buena y las demás interpretaciones del texto sagrado son herejías. Nosotros, los infieles, los no creyentes, no podemos tomar partido por una de las muchas versiones que tiene cualquier religión, nada nos autoriza a declarar cuál de todas ellas es la correcta. No podemos hacer eso con el islam y tampoco con el feminismo. Aunque, eso sí, somos capaces de discernir dónde terminan ambos cultos. No es musulmán quien no crea que Alá es el único dios y Mahoma su profeta. Y no es feminista quien no crea en el dogma del patriarcado, es decir, que la historia de la humanidad es una conspiración de los hombres para subyugar a las mujeres.   

Al observador superficial puede parecerle que feminismo e islam son credos antitéticos. Nada más lejos de la realidad. Un primer indicio de que ello no es así nos lo proporcionan el proceder de las propias feministas, que ejercen en Occidente las funciones de policía moral y hasta de policía del pensamiento. ¿Cuándo hemos visto a alguna de ellas atacar al islam? ¡Todo lo contrario! Unas nos dicen que el velo es feminista, otras nos recuerdan que existe un feminismo islámico y unas terceras nos aclaran que esto último es un pleonasmo, porque Mahoma era un feminista interseccional. Esto siembra el desconcierto entre los profanos, que no entienden qué relación puede haber entre la “modestia” islámica y el exhibicionismo de las Femen, los pussy hats, las Slut Walks o los talleres de “autocoÑocimiento”. Pero la cosa es sencilla: si estos cuatro hitos del feminismo son compatibles con denunciar que el patriarcado cosifica y sexualiza el cuerpo de las mujeres y con querer dejar en paro a azafatas de carreras, misses y modelos, amén de a actrices porno y a prostitutas, no cabe duda de que el burka encaja perfectamente dentro de la “lógica” del feminismo. 

Pero pese al notorio doblepensar de las feministas, muchos siguen sin comprender esa deferencia del feminismo occidental hacia la teocracia mahometana. La conclusión de Jordan Peterson es que el fetiche de las feministas es en realidad la hipermasculinad dominante que representan los soldados de Alá. Esta explicación de ecos freudianos es muy factible, pero insuficiente. Tiene más poder explicativo examinar las similitudes doctrinales que hay entre ambos cultos.

Y es que el islam y el feminismo tienen mucho en común. En lo que toca a este tema, ambos comparten la idea de que los hombres son violadores por naturaleza. Que el feminismo ve a los hombres de esa manera salta a la vista. Como proclama la teóloga feminista Susan Brownmiler, “la violación es el proceso consciente de intimidación por el que todos los hombres mantienen a todas las mujeres en estado de miedo”. O como dice su correligionaria Marylin French “todos los hombres son violadores y eso es todo lo que son”. Mahoma era de la misma opinión, tal como se desprende de su célebre monografía. Solamente discrepaba de aquéllas en cómo gestionar esa circunstancia. El Corán nos dice en su sura 33 aleya 59 lo siguiente: “¡Oh Profeta! Di a tus esposas, a tus hijas y a las demás mujeres creyentes, que deben echarse por encima sus vestiduras externas cuando estén en público: esto ayudará a que sean reconocidas como mujeres decentes y no sean importunadas.” Es decir, Alá el misericordioso decreta el uso del velo para proteger a las mujeres de la otra mitad de su creación, al entender que, si contemplaran ciertas partes de la anatomía femenina, los varones no podrían resistirse y las “importunarían” con una penetración no solicitada. 

A la vista de la motivación explícita de la medida, ¿cuál de los dos sexos debe sentirse agraviado por esta prenda preceptiva? No precisamente el que debe llevarla. Una vez que se constata que el feminismo comparte con el islam su pobre visión del sexo masculino, se comprende que a las feministas occidentales les parece de perlas el tocado de marras, pues de esa manera las musulmanas se sienten más protegidas frente a todas las formas de agresión sexual patriarcal que han inventariado, a saber: la mirada, el piropo, la invitación a una copa, el mansplaining, el manspreading, etc. 

Así las cosas, ¿puede decirse que desprenderse del hiyab es un acto feminista? De ningún modo. Quien se quita el velo en un país islámico está demostrando su absoluta confianza en que no va a ser violada por mucho que exhiba sus carnes. Es decir, está refutando una de las doctrinas capitales del feminismo: la de la cultura de la violación. En consecuencia, despojarse del hiyab al sur del Caspio no es una acción feminista sino tan antifeminista como anti-islámica.


No digo que el islam sea feminista, eso lo dice un buen puñado de feministas. Lo que sostengo y mantengo es que el islam y el feminismo no son ni mucho menos antitéticos. Son dos ideologías totalitarias, y los totalitarismos, aunque sean de distinto signo, siempre tienen bastantes elementos en común. 

Para empezar, ¿es una religión misógina el islam? No lo es porque no pueden existir religiones o sociedades misóginas, es biológicamente imposible. El ser humano, como cualquier otra especie anisogámica, es por naturaleza ginocéntrico. Es decir, antepone el bienestar y la protección de las hembras. Ello es así por una razón evidente: las mujeres son el factor limitante de la reproducción humana y eso las convierte en imprescindibles para la supervivencia de cualquier sociedad, mientras que los hombres son desechables, ya que unos pocos varones pueden reproducirse con muchas mujeres pero no al revés. Por eso son los hombres los que van a la guerra en todas partes y los que se quedan sin bote salvavidas cuando el barco se hunde. Los musulmanes no son distintos en esto. Por muy patriarcal que sea una sociedad, no deja de ser ginocéntrica. De hecho, a menudo las sociedades más patriarcales son las más ginocéntricas. Si los occidentales piensan que los musulmanes maltratan a sus mujeres, los musulmanes opinan lo mismo de los occidentales. Piensan que no las protegemos al permitirlas ir ligeras de ropa por la calle, con los riesgos que eso entraña. La poligamia vuelve a una sociedad más ginocéntrica porque genera una escasez de mujeres y hace que la competencia por las que queden sea brutal. La ley de la oferta y la demanda rige implacablemente en el mercado sexual.

La función de las mujeres en el islam no es dar placer a los hombres, sino engendrar el mayor número de fieles posible. El islam no se entiende si no se parte de la base de que es una religión de conquista, es decir, una religión pensada para expandirse militarmente por el mundo. Cuando se entiende eso, todo encaja perfectamente y no se ve una ideología misógina sino un minucioso proyecto de ingeniería social. La poligamia sirve precisamente al fin de multiplicar los soldados de Alá. Con ella se anima a los hombres ricos a tener muchas mujeres y a inseminarlas, aunque, claro está, ello conlleva que muchos otros varones se quedarán a dos velas. Mahoma intuía acertadamente que esto generaría una sociedad violenta, porque nadie acepta de buen grado que le impidan saciar sus instintos sexuales y reproductivos; así que, para paliar sus previsibles reacciones iracundas, dispuso que se ocultaran tanto las mujeres como la riqueza que permite tener varias esposas. He ahí la verdadera motivación del velo: para que una sociedad polígama sea viable es necesario, en primer lugar, evitar toda provocación a quienes no pueden acceder a una mujer. Aun así, la poligamia generará una inevitable agresividad en muchos varones, pero la violencia generada por tales reglas coránicas debe ser exportada, y a tal fin sirve la yihad. Los hombres que no puedan permitirse una mujer tienen un enorme incentivo para conquistar tierra infiel y arrebatarle por la espada sus mujeres al kafir. Y si esto último no da resultado, Alá le promete al muyahidín en el paraíso aquello que no ha conseguido en la tierra, 72 damas a estrenar. Solo las mujeres infieles y las celestiales son “meros trofeos sexuales”.


¿que opinan ustedes?
(Ultima edición: 05-07-2019 08:54 por Agatocles.)


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